El fútbol es absolutamente maravilloso

La mejor final de un Mundial que han visto los ojos de toda una generación. Argentina la tuvo que ganar tres veces. Todos para Messi y Messi para todos 

Es increíble, pero hay a gente a la que no le gusta el fútbol. No saben lo que se han perdido con esta final. La mejor que han visto los ojos de toda una generación. Quizá no en base a la táctica, pero sí a la emoción. Y el fútbol son, sobre todo, emociones. Es absolutamente maravilloso. Tratar de explicar desde la pizarra lo que nos regalaron Argentina y Francia sería imposible e injusto. Claro que hubo táctica, pero fue un partido vivido a golpe de impulsos. Se escapó a la lógica, con unos giros de guion locos, diseñados por algún escritor argentino con ganas de mambo. Porque se van a asfaltar hojas y hojas con las historias de la Albiceleste en Qatar. ¿No querían épica? Pues mejor así, que con el 2-0 todo parecía muy sencillo.

Messi ya tiene el último título que le faltaba para su infinita colección. Siendo el héroe, como le reclamaban. Esta Argentina lleva su sello, es un equipo de autor. Todos para Messi y Messi para todos. Han buscado semejanzas con el 86 hasta debajo de las piedras, pero lo que no imaginaban es que del 2-0 se pasaría al 2-2 en un visto y no visto. Por fortuna también llegó el 3-2 que hizo Burruchaga en el Azteca, sin embargo entonces no tenían a una bestia como Mbappé enfrente. El desenlace ha acabado siendo idéntico, eso sí, con más amagos de infarto por el camino. Leo es historia y de paso batió otro récord. Con su doblete se convirtió en el único futbolista que ha marcado en todas las rondas de un mismo Mundial.

El fútbol es absolutamente maravilloso
Messi levanta la Copa del Mundo tras una final de locura contra Francia FOTO: FIFA

Libra por libra, seguramente Francia tuviera más calidad. Igual que Messi habrá estado mejor rodeado en otras Argentinas del pasado. Pero ninguna tenía tanta alma como la de Scaloni. De ahí la grandeza del fútbol y su capacidad para sorprendernos y emocionarnos. La Albiceleste jugó en Qatar como si le fuera la vida en ello. Se levantó tres veces para hacerse con la tercera estrella. Arabia le mandó al suelo y se puso en pie. Con Países Bajos se fue contra las cuerdas y esquivó el golpe de gracia. A Francia necesitaron ganarle tres veces en la final. Se rehicieron del mazazo del 2-2 y también del 3-3 para afrontar con entereza los penaltis.

Argentina creyó siempre. Actuaron impulsados por la fuerza y las lágrimas derramadas en el pasado. Como si tuvieran tatuados en la piel el penalti de Brehme en la final del 90, la sanción por dopaje a Maradona en el 94, el golazo de Bergkamp en el 98, la debacle de Bielsa en 2002, Klose y los penaltis parados por Lehmann en 2006, la paliza de Alemania con Maradona en el banquillo en 2010, los fallos de Higuaín y Palacio en 2014, la avería que les hizo Mbappé en 2018. Pudo ser cruel nuevamente para los sudamericanos, pero creyeron siempre y encontraron su recompensa.

Hubo una final hasta el minuto 80 que tenían totalmente controlada los de Scaloni y luego llegó otra. Argentina había pasado por encima de los ‘Bleus’, cada duelo era suyo, se palpaba que no se movían a la misma intensidad. Qué injusto sería no ponderar lo suficiente la actuación de Di María por haber sido relevado pasada la hora de juego. Es uno de los mejores actores secundarios de la historia del fútbol. Nunca acapara los focos, pero siempre está. Cualquier equipo que cuente con el ‘fideo’ tiene un tesoro… y un ángel. Le sacó un penalti de canchero al Dembélé que estamos acostumbrados a ver en el Barça. Al que llega tarde por costumbre, al despistado. ¿Polémica? Si ni el propio Ousmane lo protestó… poco más se puede añadir.

El fútbol es absolutamente maravilloso
La final se decidió en los penaltis y la alegría sonrió al lado argentino FOTO: FIFA

El 2-0 es un contragolpe de enseñar en las escuelas por cómo trasladó el cuero Argentina de un campo hasta las mallas galas. Seguramente pasó inadvertido, pero todo comenzó con Scaloni pidiéndole a Julián Álvarez que presionara a Upamecano en la línea de banda, frente a su banquillo. Era lo que exigía el técnico, morder en cada metro porque a partir de ahí podían dañar a Francia. Y lo hicieron. Recuperaron el esférico, Nahuel, Messi y Julián armaron la jugada, Mac Allister rompió al espacio (sobresaliente su Mundial) y asistió a Di María. Los europeos no sabían por dónde les daba el aire y Deschamps metió mano con un doble cambio antes del descanso. Hizo lo que tiene que hacer un entrenador en estos casos y de tanto agitar el árbol, cayó el fruto.

Nada funcionaba. Las caras de Francia estaban desencajadas. Griezmann fue una sombra. Excepto Kolo Muani, el protagonista inesperado. Fue el único que le imprimió algo de garra a los suyos y prendió la llama de la esperanza al forzar el penalti de Otamendi. A Mbappé no le puedes dar una mano porque antes de que te enteres le tienes con una mantita y una pizza en el sofá de tu casa. Recortó desde los once metros y clavó un chicharro espectacular para empatar. Llevaba desaparecido desde octavos y surgió en el momento preciso. Es cuestión de tiempo que deje atrás el récord de Klose.

El fútbol es absolutamente maravilloso
Mbappé levantó a Francia con un 'hat trick', pero terminó muriendo en la orilla FOTO: FIFA

Ahí comenzó un intercambio de golpes que vivió su apogeo en la prórroga. Con Lautaro en el papel de Rodrigo Palacio, con Upamecano siendo el héroe sin capa y con Messi anotando de nuevo con máximo suspense. Argentina había resurgido como el Ave Fénix, como ante Países Bajos. Pero Mbappé volvió a llamar a su puerta firmando el segundo ‘hat trick’ en la historia de las finales, cogiendo el testigo de Hurst en 1966. Y le llegó el turno al Dibu Martínez, alguien que es imposible que te caiga bien salvo que seas de su familia. Quizá ni por esas. Se sometió al fusilamiento de Kolo Muani y salió con vida para permitirle a Argentina llegar a la pantalla de los penaltis y amargarle la existencia a Coman y a Tchouaméni. Messi, Dybala, Paredes y Montiel convirtieron los suyos para bordarse la tercera estrella en el pecho de su camiseta.

Se acabó. Un epílogo sublime, aunque la competencia ha tenido sus altos y sus bajos. Messi ya tiene su Mundial. Se podrá dejar de mantener ese estúpido debate de si la historia le debía algo o no. Si no lo había ganado era porque enfrente se encontró con alguien mejor. Y en Qatar ha levantado la copa porque ha sido el mejor, lo ha ganado con justicia. Por lo exhibido en el camino y por el brillante broche en la final. Messi ya ha igualado a Maradona. Eso sí, Leo no es ni mejor ni peor por haber ganado esta Copa del Mundo. Era el mejor antes y lo sigue siendo ahora.

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