El único Mundial en el que no se jugó una final
Curiosamente el partido más recordado en el que una selección se proclamó campeona no fue una final: el Maracanazo que protagonizaron Uruguay y Brasil en 1950 fue la última jornada de un cuadrangular
Salivamos con ese Argentina-Francia del domingo. Esperamos cuatro años para ver el partido de los partidos. Hay futbolistas que darían un dedo del pie por poder jugarlo. Es el summum, no hay nada más arriba que ser campeón del mundo. La periodicidad y que no sea algo anual ayuda a elevarlo a categoría mística. ¿Ganará Messi al fin una Copa del Mundo? ¿Serán capaces los ‘Bleus’ de repetir dos consecutivas? ¿Veremos la guinda a la película de Netflix de Argentina que comenzó con lágrimas frente a Arabia o será la tercera copa de Deschamps? Una en el verde y dos en los banquillos. ¿Se imaginan que este encuentro no existiera y que el método para dilucidar el campeón fuera distinto? Pues llegó a suceder.
Hubo un Mundial sin final. No tuerzas el gesto, que seguro que te acuerdas. A priori puede parecer extraño, incluso una metedura de pata, lo cierto es que la jugada le salió redonda a la FIFA. Aunque fuera por casualidad. Curiosamente el partido más recordado en el que una selección se proclamó campeona no fue una final. Fue el famoso Maracanazo, en Brasil 1950. Muchos le atribuyen el rango de final porque allí estaba en liza la Copa del Mundo, pero en realidad era la última jornada de un cuadrangular que había establecido la organización como pantalla final de la competición. El azar quiso que Brasil y Uruguay fueran las únicas en llegar con opciones a ese punto. El empate que registraba el marcador hasta el minuto 78 coronaba a la Canarinha. Luego llegaría Ghiggia reclamando un puesto en el olimpo y escribiendo quizá la historia más negra de Brasil en el fútbol.
Maracaná acogió a 200.000 espectadores para presenciar en decisivo Brasil-Uruguay en 1950 |
¿Por qué se eligió ese formato? Vayamos al principio. Fue el
Mundial que encarnó la relativa vuelta a la normalidad después de la Segunda
Guerra Mundial. Brasil ya había presentado su candidatura para
acogerlo en 1942, sin embargo la FIFA decidió posponer el nombramiento
de la sede en 1938 debido a la creciente tensión política existente en el
mundo. Tras la barbarie llegó una cierta calma y el organismo rector del fútbol
confió en el país sudamericano. Era la alternativa más viable porque sacaba
la competición de una Europa que había quedado devastada por la guerra.
Acordar el formato por el que se regiría el torneo no fue
nada sencillo y llegó a poner en peligro su celebración. Algunos
abogaban por dar continuidad a lo realizado en las ediciones de 1934 y 1938,
cuando el Mundial se disputó íntegramente por eliminatorias desde octavos
hasta la final. Otros querían un sistema a dos vueltas, con una ronda final de
cuatro equipos para sacar un mayor rendimiento económico a la
participación de las selecciones. Brasil se puso firme y en el Congreso
de la FIFA celebrado en Londres en 1948 lanzó un órdago: no
albergaría la competición de no haber un cambio en el formato. “¿Qué sentido
tiene que una escuadra europea se desplace hasta Brasil si una vez allí
puede quedar eliminada en el primer partido?”, manifestó Sotero Cosme,
representante brasileño. Un argumento que terminó por convencer a los
tradicionalistas. El campeón se decidiría por un sistema a dos vueltas.
La idea era que tomaran parte 16 conjuntos. Aunque ya hubo problemas desde la fase de clasificación. Argentina renunció a ella por desavenencias con la Federación de Brasil, como también hicieron Ecuador o Perú. Fue la primera Copa del Mundo para los países británicos, que hasta la fecha hacían su camino al margen de la FIFA. Escocia se hizo con un billete, al igual que Inglaterra, sin embargo se negó a acudir al no ganar el British Home Championship que servía de preliminar. Turquía e India rehusaron por motivos económicos, con lo que se quedaron en 13 naciones. Los grupos se sortearon bastante antes de conocer estas renuncias, de modo que el Mundial siguió adelante con los huecos generados. Algo que provocó un importante desequilibrio deportivo entre los equipos.
Brasil vistió de blanco, un color que cambió tras perder ese día por cuestión de superstición |
Los competidores se dividieron en cuatro grupos. Dos
estuvieron integrados por cuatro países, uno por tres y finalmente hubo otro
con solo dos escuadras. Brasil quedó encuadrada en uno de los grupos de
cuatro, una manera de rentabilizar su primera fase. Además sus compromisos
fueron repartidos por la geografía del país. Debutó en Río de Janeiro,
el segundo choque fue en Sao Paulo y volvió a Río para el
tercero. Más de 400 kilómetros separan ambas ciudades, lo que en 1950 era toda
una odisea. A España le sucedió lo mismo. Jugó entre Curitiba y Río
en un grupo de cuatro contendientes en el que dejó atrás a Inglaterra
con el histórico gol de Zarra. Uruguay, por su parte, fue a parar
al grupo más pequeño. Le endosó un 8-0 a la débil Bolivia y se limitó a
esperar al cuadrangular final mientras sus rivales se desgastaban en tres
citas. La tragedia rondó a Brasil antes del Maracanazo, ya que no
pasó del empate con Suiza (2-2) en la segunda jornada y se vio obligada
a derrotar a Yugoslavia (2-0) en la tercera para certificar su pase.
Pero Brasil se enfundó el traje de faena a la hora de la verdad y mandó un aviso a navegantes en el primer duelo de la fase final. Pasó por encima de Suecia con un 7-1, con Ademir firmando un poker de dianas. Uruguay, por su parte, hizo tablas con España. Los charrúas fueron de tapadillo. La historia pudo ser muy distinta de no haber sacado adelante el envite frente a Suecia en la segunda jornada. Los escandinavos se pusieron dos veces por delante y así se llegó al último cuarto de hora. Entonces emergió Óscar Míguez con un doblete. De no ser por su figura, no existiría el Maracanazo. Al menos no con Uruguay como protagonista. A Brasil se le caían los goles de los bolsillos y le hizo un set a España (6-1).
Instante en el que Ghiggia supera a Barbosa para hacer el 1-2 con el que se impuso Uruguay |
No hubo final de facto, eso sí, el ganador del partido en
aquel 16 de julio de 1950 levantaba la copa. El empate le servía a Brasil.
La fiesta local estaba preparada, 24 horas antes del pitido inicial había
pancartas en Río en las que se podía leer: “Homenaje a los campeones del
mundo”. Nadie esperaba un tropiezo en un Maracaná que reunió a 200.000
espectadores. Se hicieron hasta monedas conmemorativas de los jugadores
de la Canarinha en previsión de que lograran su primer Mundial. El
tanto de Friaça nada más arrancar el segundo tiempo tranquilizó a todos
los presentes, el guion marcado seguía su curso. Pero Uruguay puso sobre
el tapete su irreductible carácter. Schiaffino niveló la contienda y Ghiggia
culminó una voltereta para la historia.
El silencio inundó Maracaná. Nadie se lo podía creer.
Los organizadores no encajaron bien el golpe y la ceremonia del campeón no se
llevó bajo el protocolo establecido. Jules Rimet estuvo solo para
entregar la Copa del Mundo a la selección uruguaya, el himno charrúa
no sonó en el estadio y su bandera tampoco se elevó a los cielos. El país
quedó en shock, una derrota que aún se recuerda. Más aún después del Mineirazo
de 2014, cuando Alemania le endosó un 1-7 en semifinales en el siguiente
Mundial organizado por Brasil. La de 1950 ha sido la única
edición celebrada con este formato, sin una final que a la postre resulta la
salsa del fútbol. Ha habido varios torneos con una doble liguilla, pero sin que
en la segunda se entregara el trofeo.
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